no era el coito, veneno, eran tus piernas enredadas en mis piernas, tú inyección letal de pleniluino beduino, morador donde el estero de los días solazaba la voz, si dices voz desde el tenue tejido donde el susurro gemir desvanecía sierpes;
no eran tus piernas, amor, eran tus viernes en mis viernes, amanecer de reojo y clamando por el crepitar de hornos, derrojados, hondos, como una bala quese extiende dentro, en lo posible, acorazada en un riñón de hombre solo;
no eran tus viernes, espectáculo, dulce luminar que péndulos en los quelos vaivenes endurecían las heridas de tu hombre. y penetrabas en el limbo de mis días atroces
miércoles, 26 de octubre de 2011
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